26 de enero de 2010

Alex Kouri, Félix Moreno y Yo


Hace unos días, en horas muy tempranas Alex Kouri, Félix Moreno y yo llegamos a Ventanilla casi al mismo tiempo, ellos llegaban a entregar nuevos títulos de propiedad en Pachacutec y yo llegaba a visitar a mi madre (algo cansado por no haber dormido bien el día anterior y por los 55 minutos del viaje). Lo bueno de no ser una autoridad pública es que puedes caminar por las calles y pasar desapercibido entre la multitud. Ellos no. Por eso, realmente, me siento bendecido, soy un afortunado.
El 16 de Enero se cumplieron 22 años desde que mi madre, mis hermanos y yo llegamos por primera vez a Ventanilla, me sigue sorprendiendo mucho la velocidad con la que pasan los años, sobre todo, cuando uno mira por el espejo retrovisor de la vida. Cuanto trayecto se queda atrás.
Alex Kouri y Félix Moreno se han ido y yo me he quedado aquí, caminando con mi madre por algunas de las principales calles de esta ciudad, saludando vecinos, amigos y conocidos. Mientras levanto la mano para saludar a alguien más, escucho las historias de mamá y voy pensando en tantos y tantos momentos que he vivido aquí desde que llegamos aquella tarde de 1988.
Aquí conocí el hambre, el frio, el dolor y la miseria. Pero también descubrí que dentro de esa realidad se puede sonreír. Aquí conocí el primer beso, el primer amor y con la primera trasnochada llegó el primer cigarrillo, la primera cerveza y los dolores de cabeza. Luego llegaron las decepciones, los desamores, las lágrimas a oscuras y las heridas del alma. Aquí descubrí el valor de la amistad, disfruté de largas caminatas playeras escalando cerros, explorando cuevas y cuidando mochilas. (Nunca aprendí a nadar)
Ventanilla es un distrito grande pero pequeño a la vez. Tiene la particularidad de ir creciendo de a pocos, como nosotros.
Cuando me mudé hace tres años a San Miguel, tuve un proceso de adaptación como el que tuve cuando salí de San Miguel al Callao, llegué como el que siempre estuvo allí, y además como el que nunca salió de ningún lado. Como la gente que saliendo y entrando de los lugares pareciera que siempre estuvieran allí. Como la gente que pertenece a todos los lugares que decide querer.
Yo amo a Ventanilla. Quiero a San Miguel y me he enamorado del Callao.
Este último se ha metido en mi vida entre sueños, desafíos y el mar. Sueños de familia, desafíos personales, retos sociales... y el mar, poderoso caballero, siendo mudo testigo de todo. Y me ha encandilado y sin darme cuenta me veo retratando sus atardeceres en La Punta, hundiendo con mis pies las piedras mojadas de sus playas y saboreando la maravillosa brisa de su historia.
Mientras escribo estas líneas escucho las olas, que me recuerdan que ellas, así como yo, han llegado de otros mares, van y vienen con la misma intensidad de un sitio a otro, pero allá donde van llegan con tanta fuerza que pareciera que siempre han estado allí.
Hoy camino por Ventanilla y me siento así como cuando llegué, como cuando empecé a crecer, como el que siempre ha estado aquí, así como esas olas que bañan mi vista ahora, aquellas que vienen y se van pero siempre están allí.