20 de febrero de 2010

Marcas Invisibles


Hace unos días sufrí un accidente dentro de un taxi en el Callao. Por suerte nada grave: contusiones leves, algunos rasguños y un tremendo susto.
Tras algunos minutos de trayecto y mientras ojeaba el periódico del día, el taxista (que llevaba gorra y lentes oscuros) desvió la ruta habitual que siempre tomo para llegar a mi oficina. Al percatarme, me asusté, me invadió el miedo y reaccione mal. Me exasperé. Exigí que detuviera el auto mientras hacía vanos esfuerzos por desabrocharme el cinturón de seguridad y lograr abrir la puerta.
Me pareció un intento de asalto. Un desvío calculado para encontrarse con otros sujetos y despojarme de mis pertenencias. Nada fue así. Todo no fue más que una equivocación de mi parte. El taxista, a quien recién pude mirar a los ojos, después del incidente, era un hombre bastante mayor, de unos 60 ó 65 años de edad aproximadamente. Un hombre muy sereno y tolerante, a quien –aún sin recordar su nombre- agradezco sinceramente por haber estado siempre dispuesto a calmar y entender mi confusión.
Tal vez usted no logre entender mi proceder, tal vez le haya causado gracia esta historia o simplemente le resulte fantasiosa y hasta puede que exagerada. Lo cierto es que fue real, me ocurrió hace unos días y más bien, le aseguro, que omito varios detalles más del suceso para no convertirlo en una telenovela.
Incidentes como este hacen pensar, y ahora que han pasado algunos días del hecho he tenido tiempo para organizar un poco mis ideas. Una de las cosas que surgen cuando pasa algo como esto, suele ser evaluar el resultado: si fue grave o no, si dejó consecuencias o no, si quedarán marcas en alguna parte de nuestro cuerpo, etc. Y, en segundo lugar, el resultado se compara con 1) lo peor que podría haber sido, y 2) lo grave que es en comparación con la situación de otras personas.
Cuando uno ve que otras personas están en peores situaciones o condiciones, uno pone su problema en perspectiva menor y relativiza. Por lo tanto con estos pensamientos en mente y con los comentarios de mi entorno en la misma línea, me pase una buena cantidad de horas racionalizando el tema.
Pero aún así, pasé unas noches sin poder dormir bien, sintiendo una mezcla de sensaciones raras, mucha angustia y montañas rusas de emociones durante el día. ¿Por qué? ¿De dónde venían?
Hace unos años atrás. Unos 8 o tal vez 10 años atrás sufrí un asalto, un secuestro y robo dentro de un taxi. ¿La modalidad? El conductor desvío la ruta con engaños y se estacionó en un lugar de donde tres sujetos armados y violentos abordaron el vehículo. Me golpearon, me vendaron los ojos y me hicieron creer que ese sería el último día de mi vida. Es indescriptible el miedo que experimenté durante las dos horas que estuvieron atacándome física y psicológicamente. Ore, lloré, y suplique por mi vida durante ¡dos horas! Finalmente, me soltaron, me dejaron solo, maltrecho, ensangrentado, sin zapatos y sin dinero en un descampado sucio y abandonado de Los Olivos. El resto ya es otra historia.
El viernes por la mañana, a poco de despertarme, lo entendí –fue el miedo, el recuerdo de lo vivido lo que activo el gatillo- Ese fragmento de segundo donde sentí que todo volvía atrás y que mi vida dependía de mi permanencia en aquel auto.
Luego del susto, de la confusión y de la posterior evaluación de mi proceder en el Callao. Me quede pensando, en cuanto de todo lo que hemos vivido se nos queda dentro. Aquello que nos marca, tal vez, para siempre. Son heridas psicológicas que están presentes todos los días pero que no se ven. Nadie las ve, pero allí están. Y que, además, sin saberlo, intentamos ignorar o desaparecer.
Parece que entender esta herida interna y aceptarla me ha dado paz, más tranquilidad. No es porque una cosa no se vea que no exista. Y tengo la impresión que minimizar o poner en segundo plano las heridas o marcas que no se ven, no es emocionalmente sano. Es mucho mejor, entender y aceptar para luego compartir y seguir adelante.
Anoche dormí mejor.

5 de febrero de 2010

Felizmente Soy Chalaco

Este video recoge algunas imagenes del Callao. La canción fué pensada y creada, precisamente, para El Callao, para fortalecer el orgullo y el sentimiento de pertenencia de la juventud chalaca. Es propiedad de www.chalacos.com.pe , la interpreta Licky Moreno y estamos seguros que pronto se convertirá en el himno de nuestros niños y jóvenes porteños. Ya suena en nuestra radioOnline y hay una propuesta interesante para la realización de un videoclip oficial de este tema. Dele Click en Play y disfrutelo!!!