Han sucedido hechos de los que cuando sea anciano, les contaré a mis nietos, si acaso los tengo, sobre cómo pasamos en familia, años de angustia y dolor, cómo una enfermedad puede trastocar toda nuestras vidas, cómo la gracia se va develando en medio de heridas internas y pesares, cómo se conquistan nuevos espacios de amistad, cómo se olvidan los rencores y los reproches. Cómo gozamos y lloramos también.
¿Nuevas generaciones serán capaces de acabar con los males del alma?, que son los peores de todos los males porque obstruyen las posibilidades de forjar un país sólidamente fuerte, que rechaza ser nido de gente enferma. No soy alguien que aspire conquistar posiciones o posesiones. Soy alguien como cualquiera de ustedes. Quizá la edad influye en movilizarme más en la mirada introspectiva y panorámica de uno mismo. Quizá también influye la espiritualidad desarrollada desde que era un pequeño observador y al que mi madre decía: “hey hijo, mira todo a tu alrededor y no aceptes separar a Dios de lo que nos pasa”.
Hoy es 21 de Setiembre, Día Mundial del Alzheimer, una fecha que pasará inadvertida para muchísimas personas en el mundo entero y sin embargo, será un día muy sensible para millones de hogares alrededor del planeta. Y en un puntito, infinitamente pequeño, en ese escenario global, me encuentro yo y mis recuentos. Hace unos años atrás le diagnosticaron el mal de Alzheimer a mi madre, una enfermedad degenerativa, progresiva e incurable de la que ya me he ocupado en otros post.
Según la ciencia médica y todo su imperio de revelaciones, mi madre ya debería entrar en su última fase; sin poder hablar, sin saber amar, sin recuerdos, sin memoria, sin esa luz que encendió su vida y la nuestra durante tantos años. Hoy, que la vida nos sigue regalando el privilegio de tenerla aún con nosotros y, a pesar de que el mal ya ha arrasado con la mayoría de sus recuerdos, puedo decir que no todo es tan malo dentro de lo malo, que hemos logrado vencer los más desastrozos pronósticos y puedo también, repetir aquello de “más vale encender una vela que maldecir la oscuridad”.
Gracias Mamá, por enseñarme a ver la vida desde un ángulo diferente, por tantos años de amor compartido. Gracias Señor, por no separarte nunca de ella ni de nosotros.
2 comentarios:
no me queda mas que agradecerte por esas cosas que escribis, la verdad para mi pasaria inadvertido, por que supongo yo que no me encuentro dentro de ello.... pero a partir de ahora se algo mas hermano, "mas vale encender una vela que maldecir la oscuridad", gracias por eso.
Tu artículo es muy importante para muchas personas que tal vez al igual que tu sienten el mismo dolor y sacaron la fortaleza de donde sea para seguir y agradecerle a la vida por esa pequeña luz, pero la verdad es que nos da una lección mucho más profunda a los que no palpamos esa realidad y que muchas veces no valoramos lo que tenemos. Gracias por darnos esa lección de vida que es muy valiosa e importante porque nos ayuda a ser mejores personas y agradecidos con la vida.
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